martes, 28 de febrero de 2012

Correr...sin mirar atrás

Correr por el monte es como surcar los mares en el lomo de un delfín. Es como nadar agarrada a la cola de un pez espada. Correr  por el monte es como soñar que te elevas por encima de las nubes y puedes contemplarlo todo con vista de águila. Es como poseer el viento, aferrarlo con tus puños para no dejarlo escapar. Subiendo, a cada respiración un más allá, a cada dolor un suspiro inerme, a cada zancada un paso hacia la gloria. Es perderlo todo para ganarlo todo. Es sudar los ríos para beber las fuentes. 
Y cuando llegas a lo más alto, el mundo a tus pies. Las laderas verdes, los picos con nieve blanca como la espuma, la bruma que se despierta junto con el alba, que mece al rocío sobre las hojas tiernas. El corazón desbocado y la mente en calma. Las piernas temblorosas y la voluntad firme. 
Y luego bajar. Como una amazona a galope, con la brisa en el pelo, con el pie cauto, con la sonrisa amplia. Sorteando piedras, vadeando arroyos, saltando alegrías. Como si tuviese los pies descalzos, el alma desnuda y el deseo vivo.


Así, no quiero parar. Quiero correrlo todo, verlo todo y sentirlo todo. Y gritar la libertad en mis pulmones y cantar al viento. 


Hasta en fin del mundo...


Sin mirar atrás...


Contigo.



domingo, 19 de febrero de 2012

El pan

  El pan es un alimento que viene acompañando al hombre desde que el hombre es "hombre". Se denomina pan al alimento formado por harina de cereal, sal y agua. Probablemente los primeros panes eran "ácimos" sin fermentar, y provenían de cereales salvajes o incluso harinas de bellotas molidas groseramente, mezcladas con agua y dejadas cocer al sol o cerca del fuego. La fermentación fue un hallazgo casual, como casi todas las cosas importantes que ocurren en la historia.
  Fue ya en Roma cuando se extendió la utilización del pan como base de la alimentación, entre las tropas romanas, que poseían hornillos o cocederos comunes. De hecho, su nombre proviene del latín pannus, que significa "masa blanca". El pannus de los romanos era principalmente de trigo, y es por ello que en esta época es cuando se afianzó el cultivo del mismo.
  Con la caída del Imperio Romano, hubo un gran desabastecimiento de trigo en toda Europa, por lo que se comenzaron a utilizar otros tipos de cereales, como el centeno o la avena.


  En principio, el pan era un alimento de fabricación familiar, y más tarde aparecieron las panaderías. Poco a poco, la molienda del pan, su amasado y su horneado se han industrializado, conociendo las variedades de pan que tenemos en todas las tiendas hoy en día.


  Lo que más me asombra de la fabricación del pan es el proceso llamado "fermentación", llevada a cabo por nuestro querido Sacharomyces cerevisiae, que es también el fermentador de la cerveza y el vino (se denomina "fermentación alcohólica"). Nuestro amigo cerevisiae es una levadura u hongo unicelular, que se replica de forma óptima a temperaturas alrededor de los 30ºC, y cuya reacción química principal es esta:

C6H12O6 --------- 2 C2H5+ 2 CO2


  Esto se traduce en que una molécula de glucosa se transforma en dos de etanol y dos de CO2. Este gas se queda entremezclado en las proteínas de la masa húmeda y la hace más esponjosa y menos densa. El Sacharomyces se encuentra de forma natural en la cáscara del trigo, por lo que si mezclas agua con trigo entero molido y lo dejas reposar y lo alimentas durante el suficiente tiempo, desarrollas lo que se llama "masa madre", un ecosistema completo lleno de levaduras, que viven en un ambiente ácido y le dan al pan su sabor y olor característico.



 Pues bien, hoy he hecho pan casero, y eso me ha dirigido a un pensamiento filosófico: la fabricación del mismo es un reflejo de la sociedad en que vivimos. Porque la realización del pan requiere mucho tiempo, 4-5 horas si lo fabricas con levadura seca o húmeda, o varios días si primero te encargas de la elaboración de la "masa madre". Hoy en día es mucho más cómodo comprarlo precocido en el súper de la esquina, pues no tenemos tiempo, vivimos agobiados, muchas veces inconscientes de lo que nos hemos separado de nuestras raíces. No dejamos crecer las levaduras al mismo tiempo que nos estresamos cuando tocamos el claxon metidos en un atasco, o cuando preferimos coger un coche que caminar 10 km. No lo cocemos a fuego lento al igual que nos ansiamos si tenemos que esperar en la cola del pescado o nos desesperamos cuando no viene el bus.


 Es hora de parar y de vivir de forma consciente. 


 Os cuento cómo lo he hecho:


INGREDIENTES
- 500 gr. de harina blanca (no tenía integral): 400 gr. al inicio y los otros 100 gr. en la mesa durante el amasado.
- 250 ml de agua (si es declorada, mejor. La mía era del grifo, templada)
- Una cucharadita de sal.
- Un sobre de levadura seca (unos 25 gr).


 Al inicio se ponen en un cuenco 400 gr de harina y se mezclan con la sal. Una vez mezclados, se hace un volcán en el centro y se echa allí el agua templada y la levadura seca. En principio se mezclan con una cuchara de palo y cuando ya se puede coger con la mano se pasa a la mesa limpia donde previamente se ha  espolvoreado la harina restante.
  En la mesa, se amasa con fuerza y firmeza, durante unos 20 minutos, hasta que queda una masa elástica, no demasiado dura, que no se pega a las manos. Yo me las mojaba de vez en cuando.



 Una vez amasada, se envuelve en un paño húmedo y se coloca en una fuente de calor. Yo la he puesto al lado del radiador, al solecito, hasta que duplica su tamaño (unos 40 minutos, aunque depende de la temperatura).


 Después se vuelve a amasar. En esta ocasión la masa está más dura y hay que darle puñetazos :D. Además, cruje al perder el aire. De nuevo se rodea de un paño húmedo y se deja cerca de una fuente de calor o a temperatura ambiente (por encima de 20ºC o no subirá) hasta que duplique su tamaño.


 Cuando esto ocurre, está lista para meterla al horno. Se le puede dar la forma deseada. Yo la he dejado en modo "bollito". La he metido a 120ºC durante 45 minutos y después unos 15 minutos a fuego fuerte (200ºC) para que se tostase por fuera.


 Al cocerse al horno, aumenta bastante su tamaño y se resquebraja su superficie al perder humedad. Sabemos que ya está cocido porque se dora por fuera y la corteza queda crujiente.
  Este es el resultado de Señor Pan y Bebé Pan (que ha hecho mi pequeña ayudante con sus manitas).



 En cuanto tengamos harina integral, probaré a realizar la masa madre. 


 Espero que os haya gustado.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Lactancia materna prolongada

Mi niña ha crecido. Ha crecido tanto y tan rápido, que no me he dado cuenta. Tiene ya 5 años, se han caído sus primeros dientes de leche y ya sabe leer todo lo que encuentra por las esquinas. Y yo he crecido con ella. 
Cuando nació nadie me explicó el sentimiento del apego. Para mí fue tan fuerte e intenso, que se tambalearon todos los cimientos en los que se habían basado mis creencias. Me sentía incapaz de separarme de ella, tan pequeña, tan débil e indefensa. Ella sólo buscaba a su madre y su madre sólo la buscaba a ella. ¡Qué relación tan profunda! Dormíamos todos juntos en la cama, la llevaba como mamá canguro a todas partes (congresos incluidos), comía con ella, e incluso me bañaba con ella. Y le daba teta. 
Y sigo dándole teta. Y ella y yo somos tan felices en ese pequeño y único momento del día, que tengo muy claro que el destete ocurrirá cuando ella lo deseé. 

Hay mucho tabú sobre la lactancia materna prolongada. Hay algunos estudios que explican que el fin de la lactancia en el humano se coloca entre los 3 y los 7 años si los dejamos mamar de manera natural a demanda. Esta edad coincide con la aparición de la dentición definitiva y la maduración del sistema inmunitario.

Os transcribo un texto al respecto:
 
Cada cultura tiene al respecto sus propias costumbres, aunque desde luego ninguna desteta tan pronto como la cultura occidental del siglo XX. La antropóloga norteamericana Katherine Dettwyler (1) ha abordado la cuestión desde la zoología comparada, extrapolando una hipotética edad del destete en el ser humano a partir de los datos referentes a otros primates, a partir de varios parámetros que se correlacionan de forma más o menos exacta con la lactancia:

a) Según el peso al nacer.
Suele decirse que los mamíferos se destetan cuando han triplicado su peso al nacer. Esto sólo es válido para los animales pequeños; los animales de tamaño parecido al nuestro se destetan tras cuadruplicar el peso al nacer, lo que sería aproximadamente a los dos años y medio.

b) Según el peso del adulto.
Muchos mamíferos se destetan al alcanzar aproximadamente la tercera parte de su peso adulto. Como en nuestra especie el varón adulto es más grande, ello representaría un destete más tardío: los niños hacia los siete años (al alcanzar los 23 kg.), y las niñas poco antes de los seis años (con 19 kg.).

c) Según el peso de la madre.
Los investigadores Harvey y Clutton-Brock encontraron que, en un gran número de primates, la edad del destete en días es igual al peso de la hembra adulta en gramos multiplicado por 2,71. Aplicando esta fórmula a una madre de 55 kilos, correspondería destetar a los tres años y cuatro meses.

d) Según la duración de la gestación.
La relación entre la duración de la lactancia y la duración de la gestación es muy variable entre los primates, pero parece depender del tamaño de los individuos. En los monos pequeños, dicha relación suele ser inferior a dos; pero entre nuestros parientes más cercanos (en parentesco y tamaño), la relación es de 6,4 para el chimpancé y de 6,18 para el gorila. Si asumimos que para el ser humano dicha relación ha de ser también superior a 6, el resultado es un mínimo de cuatro años y medio de lactancia.

e) Según la dentición.
El destete suele producirse en muchos primates cerca de la erupción del primer
molar permanente, lo que correspondería a los 6 años en el ser humano.

Como conclusión, Dettwyler supone que la edad normal del destete en el ser humano debe estar en algún punto entre los dos años y medio y los siete.

Carlos González

Fuente: [Lactared] Apoyo a las Madres que Siguen Dando Pecho Después del Año, gracias a M. Angels Claramunt Armengau.


martes, 14 de febrero de 2012

Madrugada de Sábado

El bosque tenía miedo, más que yo a la tenue luz de la luna menguante, mientras Pilar y yo caminábamos entre las rocas. El frío cortaba la respiración. No había viento, sólo estrellas, el rítmico son del agua, ella y yo. 
Salimos de Quebrantaherraduras trotando alegremente. Cruzamos el río en Cantocochino y después continuamos por la autopista hasta la pradera del refugio Giner.
Bajo la sombra del Tolmo, ese reverberante pedrolo inmenso caído de las alturas hace milenios, apagamos los frontales y aguzamos el oído: nada más que el lejano rumor de la corriente, que se asemeja ligeramente al sonido remoto de la populosidad de la urbe, y nuestra respiración agitada.
Continuamos caminando a buen ritmo hasta el Collado de la Dehesilla. Desde allí podíamos contemplar las luces de los pueblos colindantes, bajo el fulgor de las estrellas y planetas, que desde el cielo parecían saludarnos.
¡Qué sensación tan maravillosa, sentirse único en ese instante del tiempo y del espacio!
Las montañas, las rocas y las estrellas viven para siempre. Hablan, se comunican en términos inimaginables para los humanos, pues ante su inmovilidad y permanencia han contemplado millones de lluvias, vendavales, incendios, extinciones, actos de amor y paseos nocturnos. En tiempos de las piedras, esa noche consiste en un punto infinitesimal de su historia, que quedará rápidamente olvidado con el paso imperturbable del tiempo y de la evolución. Pero para mí, no. Permanecerá grabado para siempre entre mis conexiones neuronales como el día en que la Pedriza nos acogió entre sus brazos y nos cuidó como si fuésemos sus hijas.

viernes, 10 de febrero de 2012

Los pinares

Desde pequeña me ha gustado perderme entre los pinares. Tuve la suerte de crecer entre Madrid y Peguerinos, mar de pinos y de montes verdes. Recuerdo que me encantaba subir a la parte más alta del pueblo y tumbarme en una roca al sol, cerrar los ojos simplemente para escuchar el viento entre sus copas, su susurro incondicional, y mecerme entre sus sonidos, dejándome llevar. En esos momentos, deseaba ser una amazona, montar en un caballo y galopar libre por las verdes praderas, conocer los secretos de la Madre Naturaleza: el nombre y uso de sus plantas, el hábitat de sus animales, la localización de las mejores aguas. Siempre he querido ser una mujer libre y salvaje, con el cabello al viento, fuerte e indómita...como la Tierra.
Me daba largos paseos para recoger piñas cargadas de piñones. Buscaba huellas de animales. Trepaba a los árboles más bajitos para ver algún nido más de cerca. Me paraba a escuchar el sonido del pájaro martillo, golpear rítmicamente los troncos. Y nunca, nunca, sentía miedo. Ni siquiera cuando me daba la noche y tenía que volver a casa, corriendo a cenar, sola, pero acompañada por el bosque susurrante, que yo sentía que me abrazaba.
Me ha costado hacer la transición, pero ahora, afortunadamente, vivo entre rocas y entre pinares. Ellos me han llamado...y yo he acudido.